Mis Amigos

martes, 19 de marzo de 2013

Mis Semanas Santas en Jaca (principios de los 60)



 <Antes de nada, me gustaría aclarar que la vida religiosa en aquella  época era muy intensa. La asistencia en las iglesias era enorme. Los domingos, todos los alumnos, los padres, maestros e  incluso los soldados eran obligados a ir a misa. Los niños teníamos  que aprendernos  el catecismo desde pequeños, y la gente que no iba a misa los domingos era mal vistos y señalados;  la Iglesia  era muy severa,  no se podía entrar  con manga corta a la iglesia y las mujeres estaban obligadas  llevar falda larga y un velo cubriendo la cabeza; la iglesia tenía en aquel tiempo mucho poder e influencia, y la católica era la religión oficial, quedando cualquier otra relegada solo al ámbito privado.>

 Un año más, nos preparábamos para recibir y comenzar 
la Semana Santa en Jaca


 Era por aquel entonces, una semana muy especial en Jaca,  en el colegio,  y en la clase obligada de Religión en particular;   Se nos exponía y se nos advertía de forma  muy rotunda  del recogimiento y meditación al que estábamos obligados y debíamos  mostrar en todo momento;  nos preparaban a conciencia para ese periodo tan especial  de la liturgia en ese ciclo exclusivo en que los curas, los maestros y todo el personal docente, debían mostrar  al unísono;   un gran  respeto,   un total acatamiento  y pleitesía total,  a las vicisitudes de la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana,  aderezado y acompañado de todos los  acontecimientos sacros y litúrgicos  que adornaban  a la Semana Santa.


Por norma, una semana antes, y como preludio en todas  las Semanas Santas de cada año, se nos incluía a nuestras actividades docentes diarias , otra  muy especial, y que denominaban como  "Ejercicios Espirituales"...  consistían  básicamente y como mínimo,  en que durante tres interminables días, y a todas las clases del Colegio,  se nos  enclaustraba, durante unas horas,  unas veces  en la Catedral y otras  en la misma capilla del Instituto,  para que  el mosén o el cura de turno, nos atizara   unas monumentales,  largas,  tediosas y profundas charlas de Religión; los temas siempre los mismos, nos recalcaba  una y otra vez, sobre lo que nos esperaba sin  no éramos buenos católicos,  si no rezábamos cada día, o si faltábamos un solo domingo a misa; nos alertaba sobre  los castigos más increíbles y aterradores que caerían sobre nuestras cabezas y “la condena al  castigo del fuego eterno e infinito por toda  la eternidad”… después de esas “amenazas  e intimidaciones tan religiosas” llegaba,  –para mí-  lo peor, nos decretaban  rezar, reflexionar,  meditar y  permanecer  en un perpetuo recogimiento sumido en   un silencio sepulcral durante un tiempo ilimitado,  meditando y reflexionando sobre la vida eterna, el diablo y todo lo imaginable que  nuestras mentes bisoñas y todavía  inmaduras fueran capaz de suponer e imaginar tras los secretos y ocultos efectos del recóndito sermón.


Recuerdo que me causaban  más miedo y turbación  esas horas en silencio e inmovilidad  total,  en los bancos de la catedral, saturado de cierta  congoja y melancolía y con el  ambiente oscuro y   húmedo de los arcos  de  las altas  cúpulas de las bóvedas, que todo lo demás;  asimismo, durante  esos días no podía evitar tener el estómago revuelto y  solía soñar con pesadillas extrañas,  rezaba más bien,  para que se acabasen pronto esos fatídicos “Ejercicios Espirituales”, durante los cuales mi desasosiego era total,   pero aun hoy cuando me visitan alguna que otra vez aquellos viejos recuerdos,-secuelas sin duda-,    siento en mí aun algunos escalofríos lejanos; si alguna vez, en mi niñez,  pasó por mi cabeza estudiar la carrera de teología  sacerdotal, aquellos  ejercicios obraron  el efecto contrario y  me los arrebataron  de raíz; a lo más que llegué fue a ayudar alguna vez a misa como monaguillo, y creo fue por  probar lo bueno que estaba el vino dulce, -eso si- cuando aún no estaba bendecido y a escondidas del padre Damián.

Otra de los  contextos que se daban en aquellos años, durante la semana santa,  desde el mismo  lunes Santo hasta  el domingo de resurrección, eran las emisiones radiofónicas de radio Jaca;  desde que comenzaba la transmisión,- exceptuando el diario hablado-, y  hasta  su final, -todos aquellos días- solo se emitía música sacra, y  conciertos de música clásica eternos… el ambiente invitaba irremediablemente  a tristeza,  melancolía, evocación  y aislamiento, aunque el fin,  desde luego no  fuera otro.


A los niños de entonces,  se nos prohibía radicalmente  jugar,  reír o cantar en la calle,  ni en el colegio ni en el recreo,  y menos todavía en público; nos explicaban que eso era pecado mortal y tenías que confesarte inmediatamente;  los glacis, plagados casi todos los días de niños jugando a pelota, o correteando,  quedaban completamente apáticos; la campiña verde y las almenas de la Ciudadela también quedaban ungidos del mismo espíritu sacramental que rodeaba la semana santa jacetana.


 Las visitas a las diferentes iglesias de la ciudad eran obligadas, y cada clase con su respectivo maestro se trasladaba en columnas de a dos y cogidos de las manos para recorrer cada altar (cuya imagen permanecía oculta tras una sábana de color morada) y rezar algunas oraciones, todo bajo el mismo signo de meditación,  recogimiento y respeto en el que estábamos ceñidos; concluíamos besando el  pie del Cristo en la cruz, que era lo único que quedaba al descubierto de la imagen y volvíamos al cole.

Luego, después tres días de vacaciones hasta el lunes de Pascua; Las procesiones del jueves y viernes santo, eran todo un ritual que nadie podía dejar de ver;  Los penitentes encapuchados, los orgullosos romanos desfilando con paso marcial,  los pasos con las diferentes imágenes de la pasión, arrastrados por las cofradías, y la banda de música eran y son todo un precioso y admirable espectáculo en Jaca; para quien no conozca la Semana Santa Jacetana, he de proclamar que es una de las más bonitas e interesantes  de España y que vale la pena conocerla  y  vivirla.


Procesión del Santo Entierro.. Jaca-1976
Como público, recuerdo en esos años, un silencio profundo y un total respeto mientras desfilaban  los cofrades y los pasos; recuerdo cuando pasaba el cristo, y todos nos arrodillábamos y  nos santiguábamos  con gran recogimiento; los militares también hincaban su rodilla y algunos en posición de firmes lo saludaban  con orgullo. El respeto en esos años era algo que cohabitaba entre casi todos los eventos tradicionales de nuestra generación.

Hoy por la misma inercia de la vida ya no es así todo, pero estoy seguro que los que leáis este articulo y hayáis vivido en esa época, como yo, recordaréis momentos y situaciones muy parecidas, y aunque no fueran  todo lo agradable que hubiéramos deseado,  sí que nos proporcionaron y nos dieron un plus añadido a  nuestros valores morales… yo así lo creo en este recuerdo especial de mis  semanas santas jacetanas… ojalá os haya gustado.